Nació en Quito en 1830, en medio de una familia acomodada de la
capital y de una sociedad hipócrita y
falsamente moralista.
Sus padres el señor Don José Veintimilla y la señora Doña
Jerónima Carrión, ambos nacidos en Loja. A los dieciocho años de edad
contrajo matrimonio con el médico colombiano Sixto Antonio Galindo y
Oroña, quien no supo comprenderla ni apoyarla en sus anhelos culturales.
Su matrimonio fue un fracaso, Galindo estaba acostumbrado a
traicionar con otras mujeres a Dolores; principalmente por este motivo y
para evitar así las habladurías de la gente, Dolores Veintimilla, su
marido y su tierno hijo salen de Quito para radicarse en Guayaquil, sin
embarg0o el marido no encuentra agradable este ambiente y decide
trasladarse a Cuenca, ciudad que se convertiría en la tumba de la
poetisa.
Al poco tiempo de vivir en Cuenca Sixto Galindo no obtiene la clientela que esperaba tener,
ha obtenido la cátedra de medicina en la Universidad de Cuenca, pero no
soporta iniciar las clases con el rezo de tres Aves Marías y un Padre
Nuestro, se cansa de la ciudad donde los chismes solo se acrecientan
más; por estos motivos Galindo decide abandonar a su esposa con su hijo
para el radicarse en Panamá.
Su casa se convierte en uno de los mayores cenáculos literarios de la
época por donde pasaron algunos de los más ilustres poetas de la época
como el chileno Alberto Blest Gana.
Se da en aquella época un acontecimiento que turbara el alma sensible
de la joven poetisa, acusado de parricidio el indígena Tiburcio Lucero
fue condenado a muerte, la poetisa siente la tragedia como suya y sale
en defensa del indígena escribiendo un ensayo al que titula "Necrología"
en el cual se muestra contraria a la pena de muerte. A partir de éste
escrito el mayor de sus adversarios, el polemista Obispo de Cuenca el
sacerdote franciscano Fray Vicente Solano, no dejaría de fustigarla
desde el púlpito, se encargo de mancillar su honor y su dignidad hasta
después de muerta.
El pueblo cuencano, dejándose llevar por el fanatismo religioso y por
la lengua de Fray Solano, empezó a criticar a la joven mujer, hojas
sueltas tales como: "A un curioso ratoncito", "En defensa de Madame
Zoila", etc. Escritas en contra de ella por los frailes Solano, y
Marchán; todo esto, junto a las penurias económicas, el abandono de su
marido y las críticas sociales fueron hundiéndola en una melancolía
profunda. La mujer hace un intento por salvar su honor escribiendo otra
hoja suelta a la que títula "Al público", la misma que nunca salió a la
luz porque "los dueños de la verdad" no le permitieron su defensa.
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